Ecología urbana, fragmentación del hábitat y ética de la coexistencia
La presencia cotidiana de ardillas en parques, barrios y espacios urbanos del sur de Florida suele percibirse como una postal amable de “naturaleza en la ciudad”. Sin embargo, detrás de esa familiaridad se esconde una trama ecológica compleja, atravesada por procesos de adaptación, fragmentación del hábitat, dispersión de semillas y tensiones entre especies nativas, introducidas y paisajes profundamente humanizados.
La ardilla gris oriental (Sciurus carolinensis) ofrece un punto de entrada privilegiado para reflexionar, desde una perspectiva ecológica rigurosa, sobre estas dinámicas.
Ardillas urbanas y plasticidad ecológica
La ardilla gris oriental es una especie nativa de gran parte del este de Estados Unidos, incluida Florida. Su éxito en entornos urbanos no es producto del azar, sino de una notable plasticidad ecológica, entendida como la capacidad de modificar conducta, dieta y uso del espacio frente a cambios ambientales rápidos.
En contextos urbanos fragmentados, esta especie ha aprendido a integrar árboles aislados, parques, patios, líneas eléctricas y estructuras artificiales en una red funcional que reemplaza —de manera imperfecta— a los antiguos bosques continuos. Esta capacidad de “conectar fragmentos” explica en parte por qué sus poblaciones se mantienen altas y relativamente estables en muchas ciudades del sureste estadounidense, a diferencia de especies menos flexibles que desaparecen silenciosamente.
Especies nativas, especies introducidas y el uso responsable del término “invasiva”
Uno de los debates más recurrentes en ecología urbana es la distinción entre especies nativas y especies introducidas, una diferencia que no es meramente taxonómica, sino profundamente ecológica, histórica y ética.
La ardilla gris oriental (Sciurus carolinensis) forma parte de redes ecológicas históricas en Florida. Su interacción con la vegetación, los depredadores y otras especies ha coevolucionado durante miles de años. En contraste, Florida alberga también ardillas no nativas, introducidas directa o indirectamente por actividades humanas. Entre ellas destacan:
- La ardilla de vientre rojo (Callosciurus erythraeus), originaria del sudeste asiático, introducida en el sur de Florida a partir del comercio de mascotas.
- La ardilla de Finlayson (Callosciurus finlaysonii), también asiática, con poblaciones establecidas localmente.
- En menor medida, introducciones puntuales de otras especies del género Callosciurus y Funambulus.
No toda especie introducida es automáticamente invasiva. El término “invasiva” debería reservarse —con rigor— para aquellas especies cuya expansión genera impactos ecológicos severos, como desplazamiento competitivo de especies nativas, alteración profunda de nichos ecológicos o daños económicos significativos. La banalización de este concepto conduce a diagnósticos erróneos y a políticas de manejo simplistas.
El caso de Sciurus carolinensis es ilustrativo: su éxito urbano no implica necesariamente destrucción ecológica directa, pero sí evidencia cómo la urbanización favorece selectivamente a ciertas especies, mientras excluye a muchas otras menos adaptables.
Ardillas como dispersoras de semillas: un rol ecológico subestimado
Uno de los aportes ecológicos más relevantes de las ardillas —y frecuentemente ignorado en contextos urbanos— es su papel como dispersoras secundarias de semillas. Mediante el comportamiento conocido como scatter hoarding, las ardillas entierran semillas y frutos como reserva alimentaria futura. Una fracción significativa de estas semillas nunca es recuperada.
Este “olvido ecológico” tiene consecuencias profundas. Numerosas especies de árboles, en particular del género Quercus (robles), Carya (nogales) y otras especies leñosas, dependen en gran medida de este tipo de dispersión para su regeneración. En paisajes urbanos y periurbanos, donde los procesos naturales de dispersión están severamente alterados, las ardillas contribuyen a:
- Facilitar la germinación de nuevos individuos en parches verdes aislados.
- Mantener una conectividad ecológica mínima entre fragmentos de vegetación.
- Favorecer la resiliencia de comunidades vegetales frente a disturbios.
Aunque este servicio ecosistémico no sustituye la funcionalidad de un bosque continuo, sí actúa como un mecanismo compensatorio parcial en paisajes profundamente fragmentados.
Fragmentación del hábitat: el problema estructural de fondo
Más allá del caso particular de las ardillas, la fragmentación del hábitat constituye uno de los problemas ecológicos más graves y extendidos a escala global. La urbanización, las infraestructuras viales, la agricultura intensiva y el desarrollo inmobiliario transforman paisajes continuos en islas ecológicas desconectadas.
Las consecuencias de este proceso incluyen:
- Reducción del tamaño efectivo de las poblaciones.
- Aislamiento genético y pérdida de diversidad genética.
- Aumento de la vulnerabilidad frente a eventos extremos.
- Simplificación de las comunidades biológicas.
Las especies con alta movilidad, dieta flexible y comportamiento generalista —como la ardilla gris— pueden persistir en estos paisajes fragmentados. Sin embargo, muchas otras especies, especialmente especialistas, quedan excluidas. Así, la fragmentación no solo elimina hábitats, sino que reordena profundamente la composición biológica de los territorios.
Convivencia, conflicto y ética ecológica
Los conflictos entre humanos y ardillas —ingreso en áticos, consumo de plantas cultivadas, proximidad excesiva— no surgen de una “mala conducta” animal, sino de decisiones humanas sobre el uso del territorio. Estos conflictos revelan una tensión más amplia entre modelos urbanos centrados exclusivamente en la funcionalidad humana y la necesidad de reconocer la ciudad como ecosistema compartido.
La ardilla gris oriental no es ni villana ni heroína. Es una respuesta biológica a un entorno que fragmenta, selecciona y simplifica. Su éxito debería invitarnos a una reflexión crítica: ¿qué tipo de biodiversidad estamos promoviendo —consciente o inconscientemente— en nuestras ciudades?
Conservación más allá de los parques naturales
Pensar la conservación únicamente en términos de parques nacionales y áreas protegidas resulta insuficiente en un mundo crecientemente urbanizado. La conservación del siglo XXI pasa también por las aceras, los parques urbanos, los corredores verdes y los paisajes cotidianos.
Observar a una ardilla en la ciudad no es un acto trivial. Es una oportunidad para comprender cómo la vida se adapta a nuestras decisiones y para asumir, desde una ética de la coexistencia, la responsabilidad de diseñar territorios más justos para todas las formas de vida.

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